Las últimas novedades que ha conocido el asunto del Sahara Occidental han hundido al jefe del Polisario, Mohamed Abdelaziz, en una profunda depresión.
Después de perder a una de sus últimas cartas, la de ampliar el mandato de la MINURSO para vigilar los derechos humanos en el Sáhara Occidental y en la que tenía la intención de debilitar la posición de Marruecos, Abdelaziz se ha encontrado entre el martillo de los oficiales del DRS (inteligencia militar argelina) y el yunque de los manifestantes saharauis en los campamentos de Tinduf, que exigen su salida.
El omnipresente jefe del Frente Polisario, completamente exhausto por un tumor canceroso maligno, parece muy débil en una reciente fotografía de él y que dio la vuelta de las grandes pantallas.
Los síntomas de la depresión son visibles en esta foto tomada en una reciente reunión presidida en Rabuni, Mohamed Abdelaziz con aire muy cansado y molesto y la cara hinchada.
En el campamento de Rabuni, que alberga la sede del Polisario, un disidente saharaui localizado por teléfono, dijo que Abdelaziz esta agotado no por la grave enfermedad que soporta desde hace mucho tiempo, pero sobre todo debido a las críticas que brotan de todas partes y que le impiden dormir.
Nuestro interlocutor asegura que una maldición ha caído sobre Abdelaziz tras la adopción por el Consejo de Seguridad de la ONU de una nueva resolución que extiende por un año el mandato de la MINURSO sin ampliar la vigilancia de los derechos humanos. Lo que más ha desmoralizado a Abdelaziz y sus lugartenientes es sobre todo la última Resolución del Parlamento Europeo que determina la concesión de futuras ayudas de la UE a los refugiados en los campamentos de Tinduf por el censo de éstos ultimos, un censo que exige igualmente el consejo de seguridad de las autoridades argelinas y la dirección del Polisario.
Recientemente, añade el disidente saharaui, el jefe del Polisario ha reducido a minimos sus contactos exteriores y extrañamente, se convirtió en menos locuaz y rara vez salía de su oficina, excepto para ir a su casa.
Una cosa es cierta, concluye, los habitantes del campamento ya no creen en las promesas de Mohamed Abdelaziz y sus lugartenientes y menos aún en las de los oligarcas civiles y militares del régimen argelino.